Estaba esperando en el andén con un dolor de cabeza horrible. Faltaban todavía cinco minutos para que llegara el Metro.
-Ya son las 7.00 h -me ha dicho una voz.
He levantado la cabeza y he visto a una chica de mi altura, con el pelo rubio oscuro, algo graso. El flequillo poblado le caía sobre unas gafas de metal moradas, con el cristal derecho manchado por una especie de releje. Llevaba un abrigo de plumas marrón con la cremallera subida hasta el cuello. Por ahí, asomaba la lana de un jersey. No llegaba a los treinta y, si llegaba, los superaba por poco. Rápidamente me he dado cuenta de que era una niña.
-Sí… -he respondido sin ganas.
-Son las 7.00 h. – repite.
-En mi reloj faltan tres minutos. Son y cincuenta y siete
-Hoy no tarda en llegar
-¿Quién?
-El tren
-Bueno, yo llevo esperando un rato. Cada vez tarda más.
Al llegar el tren hemos subido al mismo vagón. Me dolía la cabeza y no tenía ganas de conversación, así que, de pie, me he agarrado y he cerrado los ojos.
-¿Tienes sueño?
-No… Tengo un dolor de cabeza horrible.
-Es por el cambio de hora. No has dormido bien, ¿verdad?
-No, he dormido poco. De todos modos, empeora con el calor del vagón.
-Esta línea va muy mal, pero la línea 6 va peor. ¿Dónde vas?
-A Callao
-Yo a Marqués de Vadillo.
-Bonita zona. Me gusta Madrid Río.
-A mí no, pero porque yo soy de Leganés.
La conversación ha seguido pero, aunque tras intercambiar unas palabras más se ha hecho el silencio, ya no me he atrevido a cerrar los ojos. Me ha parecido una muestra de mala educación.
-Dentro de poco la tripa se irá -ha dicho.
-¿Tu tripa?
-Sí. Se irá ella sola. A mí no me molesta, pero se irá. Estoy comiendo verduritas para eso. La verdad es que nadie le ha preguntado si quiere irse.
-¿Y quiere irse?
-Ella está bien conmigo y yo con ella. Es mi tripa y forma parte de mí -me decía mientras se tocaba por encima del abrigo.
-Entonces déjala. Si a ti te gusta y tú le gustas no hay problema. Es un tema entre tu tripa y tú.
-Sí. Además, tengo que cuidarla porque ahí crecen los niños. No puedo decirle: «Vete, ¡ya no te quiero!». ¿Tú tienes tripa?
-Sí, claro. Mira -le he dicho levantándome la camisa e infándola todo lo que podía.
-Pues cuídala, porque un día tendrás hijos y tiene que estar sana. No sé qué regalo llevarle a mi madre. Estoy indecisa. No sé si una camiseta o un recuerdo que le guste -dice cambiando radicalmente el tema de la conversación.
-Pues no sé… ¿Qué le gusta a tu madre?
-Pues o una camiseta o un recuerdo que le guste.
-Yo le compraría una camiseta chula. Ahora que llega el verano puede ponérsela.
-Sí, eso es lo que le he comprado; y otra para mí. Mi monitora quería que me comprase un vestido pero no me gustan. ¿A ti te gustan los vestidos?
-Mucho
-A mí no, por eso no los llevo. Además, le he dicho: «Si compro un vestido para mí, le compro un vestido a ella. O las dos, o ninguna». No me gustan las faldas, por eso siempre llevo pantalón aunque mi monitora dice que visto como un chico.
-¿Por llevar pantalón?
-Sí, pero yo le digo: «¡No soy un chico! ¡Visto como una chica!». A mi madre le gusta como visto porque mi madre me acepta como soy.
-Eso es lo más importante. La gente que te quiera siempre te aceptará como eres.
-Ella siempre me acepta. ¿Cómo te llamas?
-Camino.
-Así se llamaba una de mis monitoras pero se fue con Dios.
-¿Murió?
-No, se fue al Opus Dei.
-Ah… ¿Y tú cómo te llamas?
–Belén
Llegábamos a mi destino y, antes de que pudiera darme cuenta, me ha informado:
–¡Callao! Es Callao. Has llegado a tu parada.
-Pues nada, Belén, encantada de conocerte.
Y alargando su mano ha cogido la mía y me ha dicho:
-Igualmente. Y que seas muy feliz, que tienes los ojos tristes.
Belén ha sido un regalo.