Llega una edad en la que tus amigos comienzan a hacerte «tía» porque no hay una palabra que describa qué eres para esos niños. En ese momento se te pone el mundo patas arriba porque ves que tus amigas son unas mujeres a un balón pegadas, un balón superlativo.
Hoy hace un año que llegó Daniela al mundo, el mismo día que lo había hecho Cortázar 99 años antes. Siempre podré decirle que yo estaba presente cuando cogió con su manita el pecho de su madre (algo que parece ser es muy importante). Aunque en ese momento eso no lo sabes y la miras con la misma curiosidad con la que miraban las flores a Alicia, ese simple hecho hace que descubras que sí, que como dice un amigo, estamos aquí con un fin y si nuestros antepasados han sobrevivido a ataques de bisontes, a pestes y a hambrunas, no podemos cortar el hilo.
Hoy he rescatado la primera carta que le escribí cuando todavía faltaban tres semanas para que llegara. Todavía no hemos hecho algunas cosas pero las haremos porque tenemos toda la vida por delante.
Feliz añito, Daniela (y feliz centenario, Julio).
Querida Daniela:
Mientras tu madre está deseando que nazcas para verte la carita, yo, que tengo mucho más conocimiento que tu madre, rezo porque estés ahí un poquito más. No es que no tenga ganas de verte, que las tengo, aunque sólo sea para que mamá deje de bombardearnos con sus post en Pequeboom, algo que para cuando puedas leerlo ya pertenecerá al paleolítico, pero que ahora es lo más cool (“cool”, otra expresión que cuando quieras entenderla ya estará más pasada que los guateques).
Lo que ahora ocurre, Daniela, es que el mundo está fatal. Hay una crisis tremenda, los políticos están como una regadera, la familia real nos está sacando los hígados (de hecho, muchos no hacemos el amor, pero ya lo hace Urdangarin por nosotros, e invita a sus amantes con nuestro dinero). Con este panorama, valientes como tus padres hay pocos, aunque también hay que decir que tu madre siempre ha sido una descerebrada.
De todos modos, tu mundo lo haremos nosotros: tu abuela la portuguesa, que está peor que tu madre; tu tía Alba, que te va a llevar más derecha que una vela, pero se le caerá la baba…; tu papá, que te consentirá todo; tu madre, que te pondrá la cabeza como un bombo; y las tías lobas (la de Toledo, la de Mallorca y yo), que estaremos ahí para salvarte de esta última.
Yo tengo muy claro que te voy a enseñar a patinar y, en cuanto mamá esté recuperada, pillaremos los patines y te llevaremos de paseo con el carrito para que te vayas familiarizando. Contigo ensayaré para que me escupas la papilla, y si sale a pelo me vomites, y así, si algún día me da por cometer la estupenda locura de que ha cometido tu madre de traer a alguien a este mundo (que no creo), ya estaré curtida. Iré a casa a verte y, cuando te pongas pesada, me iré a la mía y te dejaré con mamá, que para eso es tu madre. También te llevaré al parque y cogeré de la mano para que empieces a andar y le echaré la bronca a los niños que quieran quitarte los juguetes. Te regalaré pintalabios bajo cuerda y te enseñaré a ser una mujer de verdad y, si es posible, intentaremos convencerte para que te gusten las mujeres, que los hombres son unos sinvergüenzas. Y si no te convenzo, por lo menos le diré a tu madre que te enseñe a dominarlos (digo tu madre porque yo a eso todavía no he aprendido).
Ay, Daniela, ¡qué ganas tengo de verte!, pero no tengas prisa por salir, que hace mucho calor en Madrid y una vez que sales ya no hay vuelta atrás. Te lo dice la tía Laurita. Bueno, para ti Tía Camino, porque sé que me vas a torear, así que vamos a empezar a hablarnos de tú a tú.