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Libros y otras publicaciones de artista

Ayer pude ver, por fin, la pequeña (solo en espacio) exposición «Libros (y otras publicaciones) de artista: 1947-2013«, que hay actualmente en la Fundación Juan March. Una exposición muy interesante para quienes, ¡tristes románticos!, todavía vemos en el libro, como continente y objeto, una obra de arte.

Maravillosas piezas de la colección privada de Julio Cortázar o colaboraciones entre Manuel Miralles y Rafael Alberti, son algunas de las obras que pude contemplar, además de los fascinantes trabajos publicados en la revista ‘Dèrriere le Miroir’ (algunos de los cuales pusieron a prueba mi pudor).

Sin embargo, si tuviera que destacar una pieza, sería la más reciente de todas ellas: «Pan con lágrimas», una obra compuesta por una carpeta con dos grabados de Eduardo Arroyo y un magnífico texto de Kurt Tucholsky del que, pasado el paseo de después por Madrid, la cena al aire libre, la conversación y la noche (con su madrugada) más el amanecer, todavía no me he desprendido. Una vez más, me ha ganado la volatilidad del contenido.

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PAN CON LÁGRIMAS

Kurt Tucholsky

A veces, cuando ha pasado algo terrible, tiene uno que comer después. Es una manera rara de comer.

Se ha superado el asco por lo cotidiano, la vergüenza por estarle sometido: porque, primero, ¡duele tanto la idea de que, ahora, después de una cosa así, haya que comer algo! Duele porque el cáliz del dolor se llena cumplimentando una formalidad.

No es una comida. Sí, al cuerpo se le suministra un complemento alimenticio, eso es cierto, y se traga y aquello baja. Pero los ojos arden aún, velados por lágrimas, que caen, saladas, sobre el pan con mantequilla: de lo patético a lo trivial apenas hay un paso. Las mandíbulas mascan, la garganta traga, en la mano hay migajas de pan. Pero no sabe a nada, esa comida es un gesto inútil. A uno le repugna aquello.

Una vez murió el marido de una parienta. Fue a las siete. Cuando ya estaba muerto, se sentaron todos a la mesa, obligadamente, como después de una batalla perdida, de una derrota. Se había acabado. Nadie hablaba. Pero entonces habló alguien, y nunca olvidaré la voz de la mujer que decía, sollozando con gemidos húmedos, a su hermana: “de dónde son los huevos?”. Y la otra, con voz apagada, vacía de lágrimas ya, finalmente: “son de Prustermann. ¿No te gustan?”. Ved: así recoge la vida de nuevo a aquella gente suya que se va de vacaciones al país de la pena.

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