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Encarando las mañanas estivales

Esta mañana, nada más despertarme, he pensado en los cíclopes de Kavafis y se ha producido un silencio que, supongo, será el silencio que te embarga cuando te quedas huérfano de una pesadilla. Sólo se oían coches en la calle, no había nada dentro de la cabeza. Ha sido extraño. Ha sido fabuloso.

He puesto los pies en el suelo y he notado el frío. Me he desperezado, me he rascado la cintura y he soltado amarras. Me ha embargado una ligera emoción cuando las velas se han desplegado y las naves han salido a un Ponto en calma, con viento favorable.

Hoy, después de mucho tiempo atracados, retomamos nuestro camino a Ítaca. Deseo que el viaje sea largo y que sean muchas las mañanas estivales en las que, con gran alegría, entre en puertos por primera vez. Prometo detenerme en los mercados fenicios a comprar madreperlas y nácares, aprender de los sabios, y mantener mi pensamiento y alma lo suficientemente altos.

Prometo comerte a besos cada mañana.

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Niña con globos superando el muro de Gaza. Banksy.

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Visita a La Laforet, a Andrea y al carrer d´Aribau

5289_I_H_Laforet, Carmen.cult Faltan tan sólo unas horas para que vuelva a pasear por Barcelona. Siempre que voy  pienso inevitablemente en Andrea, la protagonista que tan magistralmente tejió Carmen Laforet cuando en este país tenías que volar a ras del suelo con la esperanza de encontrar cielos más estrellados, cuando tenía que hablarse en voz bajita para que no te oyeran, pero sí te escucharan quienes estaban deseando escuchar esas voces que hablaban de esperanza.

Suelo pasear por el carrer d´Aribau, habitualmente en la moto de Carol, pensando que, quizás, tras alguno de esos edificios todavía resuenen los ecos del frustrado tío Juan maltratando a Gloria, su mujer; o los de Román, enfermo manipulador, fumando asquerosamente mientras hace de la seducción una tabla de salvación. Intento poner cara a Pons, a Gerardo y a Jaime…; a Ena, a la abuelita y a la represión de tía Angustias (que hace que piense en otra Angustias, la hija mayor de Bernarda Alba. Ambas Angustias tan desgraciadas… la primera por desagradable y la segunda por desafortunada).

Carmen Laforet escribió Nada en 1944. Todavía resonaban en las horas de sueño de muchos lectores los bombardeos, tan sólo hacía ocho años que Lorca había comenzado a yacer perdido en un olivar. La miseria se iba extendiendo por la piel, la mente y el estómago de muchísimas familias, como la de Andrea. Personajes de personas andantes, con sentimientos completamente desmembrados e ilusiones erradicadas, cuya supervivencia se tambaleaba fuera de las páginas de los libros.

Cada vez que viajo a Barcelona visito, inevitablemente, a La Laforet, la autora de ese libro que comencé dos veces para dejarlo apartado hasta que un tercer intento me hizo comprender que hasta ese momento no había estado preparada para perderme entre sus páginas. A La Laforet… esa mujer de media melena y raya al lado, devota de Santa Teresa de Jesús, que fumaba pizpireta en esa famosa foto, sacando la lengua con la mirada.

Mañana viajo a Barcelona, pasaré allí el fin de semana. Como de costumbre, aprovecharé para recorrer el carrer d´Aribau y «visitar» a Carmen y Andrea, aunque esta vez lo haré paseando, porque Carol, en esta ocasión, no traerá la moto.

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Lección de vida en Monfragüe

Me resultaba imposible abarcar en un solo golpe de vista la copa de ese árbol. Me acerqué completamente conmovida por lo que tenía ante mis ojos.

-¿Cuántos años tiene? -le pregunté a mi amiga.

-Alrededor de cuatrocientos. Este otro unos doscientos -me dijo.

Me sentía enana y más que enana. Toqué su tronco con ambas manos, poniendo la atención en las yemas de los dedos. Era la primera vez que tocaba un ser vivo tan longevo. Sentía la humedad de la corteza, su textura… Acerqué la nariz. No sé decir a qué olía, más que a árbol húmedo.

Desde la base miré hacia arriba y vi sus ramas extendiéndose, llenas de corteza verde grisácea todavía. A ellas no se la habían quitado, sólo habían descortezado el tronco. Debió ser hace tiempo, pensé, porque ya había perdido el color rojizo, ya había dejado de sangrar, interpreté.

Cuando volví a subir al coche, mientras avanzábamos por esa maravillosa dehesa de alcornocales en el Parque Nacional de Monfragüe, pensaba que ese alcornoque que acababa de tocar y disfrutar había sobrevivido a guerras, a epidemias, al simple paso del tiempo. Pensé en la cantidad de veces que le habrán arrancado la corteza, que habrán dejado su tronco desnudo, rojizo, en carne viva… tantas veces como veces ha vuelto a generarla. Todo ello sin prisa, dejando actuar al tiempo, hundiendo, mientras tanto, y fortaleciendo sus raíces, cada vez más profundas, más robustas… Las mismas que hoy, con casi 400 años, lo sostienen.

Un maravilloso ejercicio de supervivencia el de este árbol. Una lección fascinante sobre la vida si queremos aprenderla.

Gracias a Monfragüe Vivo por esta experencia. Gracias a mis amigos Maribelita y Raúl por «secuestrarme» este fin de semana.

 

arbol

 

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Las Ítacas

Todos tenemos un poema que guía nuestra vida, nuestra forma de verla… Éste hay que releerlo de vez en cuando para recordar lo que es la vida: un viaje y una aventura, en ocasiones, homéricos.

 

Ítaca

«Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, de experiencias colmado.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Posidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Posidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que -¡y con qué alegre placer!-
entres en puertos que ves por vez primera.
Detente en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas».

Kostandinos Kavafis (1863-1933). Traducción de Ramón Irigoyen.

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La historia de Pavarti y Shivá

Cuenta la leyenda que Pavarti, hija de Hima-vat ( «el que tiene nieve»), pidió en una ocasión ayuda a Kamadeva, el dios alado con la cabeza llena de flores, para que con sus flechas consiguiera que Shivá se enamorara de ella. Kamadeva, muy solícito, accedió a los deseo de la hija de la montaña, que es lo que significa su nombre, con tan mala suerte que, cuando lanzó su dardo, pilló a Shivá en plena meditación. Tal fue el enfado del dios destructor por haberle interrumpido, que abrió su tan temido tercer ojo y convirtió a Kamadeva en cenizas. El tiempo hizo que Shivá cayera enamorado de Pavarti y, cuando hubo ocurrido, ésta le pidió que resucitase al dios de la cabeza de flores porque con su muerte había desaparecido el deseo sexual en el mundo, lo que ponía en peligro de supervivencia los humanos. Shivá, enamorado, venció su furia e hizo caso a Pavarti, pero decidió que la resurrección de Kamadeva fuera espiritual, no corpórea. Así lo hizo y con esto nació una de las enseñanzas de Shivá a la humanidad: los seres humanos debemos valorar el estado mental del amor por encima de la lujuria física. Hoy, 3 de abril de 2014, comienza mi viaje a India.

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