Archivos Mensuales: junio 2014

Segundas oportunidades

Hay veces en las que darías lo que fuera por poder dar marcha atrás y, por un momento, aun a sabiendas de que es imposible, rozas esa posibilidad con la punta de los dedos. Alcanzas un estadio, a medio camino entre la realidad y la fantasía, en el que tu mente se aisla y, durante unos segundos, te ofrece esa esperanza.

Automáticamente, tan pronto como tomas conciencia y consciencia de ello, esa posibilidad se desvanece. Es en ese momento cuando estableces un trato contigo mismo: el de las segundas oportunidades.

 

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Revista InPalma. Por Georgina de Diego.

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Julio Llamazares, un extranjero en la realidad

Tenía 17 años cuando leí por primera vez una novela suya, justo la mitad que él cuando la escribió. Estaba en el Instituto y la profesora nos dio a elegir entre La lluvia amarilla o Tiempo de silencio. El título de la segunda me pareció tremendamente triste y, gracias a esa elección, y a ese desconocido sacrificio, conocí a Julio Llamazares.

Nunca había oído hablar de él. Su nombre no estaba entre la colección de libros comprados en bloque que había en casa. No estaba junto con Antonio Machado, Lorca o Kafka. Me prestaron el ejemplar y, por primera vez, leí serena. Hasta entonces había leído queriendo llegar pronto al final para comenzar otra historia. Había pasado los renglones sin detenerme en las palabras. Pero con esta novela aprendí lo que era leer despacio, lento, «tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve». 

Por primera vez tomé conciencia y también consciencia de lo que era la soledad y la existencia; y una vez lo hube cerrado, ya podía decir que había llorado leyendo una novela.

Desde entonces, durante quince años, lo he recomendado sin cesar y le he hablado a todo el mundo de ese autor de León, semidesconocido, y de su libro. Por eso el domingo me puse guapa para ir a conocerlo a la Feria del Libro. Estaba nerviosa. Iba a poder hablar con ese escritor, con ese poeta que se siente un extranjero en la realidad y que, movido por ese sentimiento de extranjería, escribe.

Cuando lo tuve delante le conté mi historia con su libro, mantuvimos una conversación durante un rato y, por primera vez, compré para mí, y para nadie más, La lluvia amarilla. Me escuchó atentamente tras sus gafas oscuras. Le hablaba mientras escudriñaba sus canas, sus manos…  y traté de no perder detalle mientras dibujaba su dedicatoria en la primera página del libro, pensando que quizás con esas letras estaban vestidos muchos de sus poemas.

Cuando terminó, le di una nota que llevaba para él y que reproducía la conversación que había tenido un par de horas antes con un amigo al que le regalé este libro hace poco:

«Tengo una cosa para ti. Es algo que ha ocurrido esta mañana cuando le he dicho a un amigo que iba a conocerte. Me gustaría que te quedaras esta nota para que, si alguna vez se te pasa por la cabeza dejar de escribir, no lo hagas, porque ahí está parte de lo que eres capaz de hacer sentir a una persona» -le dije.

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El gesto de humildad que acompañó sus siguientes palabras me hizo recordar un artículo en el que declaraba: «Un escritor no es más que una gota de agua en el río de la literatura por muy importantes que se crean algunos»*. Y con este recuerdo, mi libro dedicado y un beso en cada mejilla, me fui con el eco de sus palabras en este mismo artículo: “Hay mucha gente que escribe, pero hay pocos escritores».

 

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*Artículo al que aludimos: Julio Llamazares: «Las novelas son vidas que no vivimos y que pudimos vivir». El País, 16 de abril de 2013. Leer

 

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La vida sentimental de las palabras

Cuando abrimos la boca lo hacemos para soltar palabras. A veces entrecortadas, a veces dubitativas, a veces a borbotones. Las soltamos sin pensar, como si fueran seres inertes, como si no hubiesen tenido un nacimiento y una vida que las ha convertido en lo que son.

Ayer expresaba mi deseo de ser «ciudadana» y no «súbdita», algo a lo que mi querido y virtual Eduardo Ruiz Ocaña (@eruizocana) respondió mostrándome la definición que de ambos términos da la RAE : «Pero semánticamente apenas hay diferencia, ¿no?». Yo contesté: «Hay que ir más al fondo, a la etimología, donde habita la identidad» y donde se muestra que el término «súbdito» procede del latín subditus o lo que es lo mismo, «sometido, subyugado».  Mientras que «ciudadano» procede del latín civis, y  los ciudadanos o cives se diferenciaban porque tenían derechos y obligaciones que no tenían otros habitantes de la ciudad. En ese momento, él, fascinante como siempre, hizo alusión a «la vida sentimental de las palabras», una definición que me encantó, como tantas otras cosas que dice, y que me tomo la libertad de coger prestada para titular esta entrada.

Las palabras de Eduardo me hicieron pensar en una etimología preciosa, la de «texto». Texto procede del latín texere, que significa «tejer», «entrelazar». El texto es, por lo tanto, el tejido con el que están hechas las historias. Un tejido que deja entrever la textura de la lengua. A veces, esos textos son tejidos sutiles y voluptuosos con los que tejemos lazos indestructibles como la amistad, por ejemplo; o el amor.

El texto se construye, además, con la paciencia de la lengua; la mano dura de la gramática; la precisión de la ortografía; la versatilidad de la tinta, que deja una muestra indeleble de lo que fue y sigue siendo; y las señales de la historia, que a veces lo doma a su antojo hasta convertirlo en algo desnaturalizado.

Prestar atención a la vida sentimental de las palabras es otorgar de calidad de vida a un tejido que es de todo menos inerte, y cuya contemplación, en muchas ocasiones, nos hace mejores. De ahí la importancia de cuidar las palabras y sus tejidos; sus significados y su vida sentimental. De ahí la importancia, sobre todo en estos días, del matiz que desencadenó este post.

«Un texto es un dios cruel y vengativo y castiga al que no sujeta su lengua y quiere probar del árbol de lo posible y de lo necesario». Lector in Fabula, Umberto Eco, Semiólogo y novelista.

 

"Soplando palabras a través de la máscara". Por MicroMo

«Soplando palabras a través de la máscara». Por MicroMo

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El baile

En medio del silencio

aprendí a bailar,

y ahora todos quieren bailar conmigo

porque creen que hay música.

 

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