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El desayuno de los sentidos si despiertas solo

Me gusta poner el café al fuego y prepararlo sabiendo que, en tan solo unos minutos, tendré la casa llena de ese olor que, inevitablemente, asocio a los sábados por la mañana, como a María Callas.

Mientras la cafetera, el café, el fuego y el agua se encargan de aromatizar la casa, pongo el pan a tostar. Bajo la palanca de la tostadora cerciorándome de que las rebanadas están bien colocadas y se van a quedar ahí quietecitas para hacerse crujientísimamente por fuera y blanditas por dentro. Mientras esto ocurre, revoloteo por la cocina cortando las naranjas o sacando el exprimidor, esperando el ¡chas! que convierte los panes en tostadas y que, de un saltito, éstas salgan por encima de la ranura para quedarse al calor.

Una vez oigo el ¡chas!, ya puedo poner en marcha el exprimidor para hacer un zumo con mucha pulpa, que es como debe ser el zumo. A veces lo hago de pomelo rojo y naranja; otras solo de naranja. Siempre con una naranja fría y el resto a temperatura ambiente. Mientras el exprimidor tunela el corazón de la naranja, aprieto los dedos contra él para que sus aristas me den un masaje en las manos, pasando como aspas suaves de un molinillo por las yemas.

Llegado este momento solo me queda darle un gusto a la vista y, mientras el zumo con pulpa reposa, preparo el tomate para pasarlo por el rallador. Lo abro con un corte limpio, pongo un cuenquito y, con una precisión que viene y va debido a mi impaciencia, cuelo la ralladura que sale por sus agujeros. Levanto el rallador ligeramente para verla salir. Rojo, escurridizo, con burbujas y semillas, el tomate rallado se va acumulando lentamente en el fondo del cuenco  en forma de montaña roja brillante, como una lava a medias de hacer.

Tras verter el café en la taza y perderlo de vista unas milésimas de segundo por acumulación de vapor, sacar las tostadas, ponerlas en un platito,  llenar un vaso de zumo con pulpa reposado, y tener el cuenco más lleno que vacío de tomate, lo sirvo reservando en la mesa un hueco al aceite de oliva y la sal y me dispongo a darle placer al gusto, el último sentido en disfrutarlo, el sentido que pone fin a este festín mañanero con el que amanecen los sentidos cuando te despiertas solo: el desayuno.

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Ilustración Sara Herranz. @sara_herranz

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Puedes acusarme de apropiación indebida

Me voy a apropiar indebidamente de tus hábitos que, sin conocerlos, es lo que echo de menos.

De hoy en adelante tomaré el café sentada, comiendo una tostada de unto desdibujado porque no sé lo que te gusta. Cogeré un libro con la mano derecha y masticaré el pan, crujiente, pensando en los dos últimos renglones, como supongo que haces tú cada mañana.

Trataré de quitarme con la punta de la lengua la miga de pan que se ha quedado prendida en la parte derecha de tu labio superior. La dejaré asomar por mi boca con movimientos lentos y suaves, como lo hacen quienes no salen de su ensimismamiento o como lo haría si tuviera que ser yo quien te la retirara de los labios. Permaneceré atenta a su humedad y a su temperatura, que es en lo que supongo que te fijarías tú si fuera mi lengua la que se llevara por delante esa miga en boca ajena mientras escuchas una respiración que, ya que está ahí, aprovecha para respirarte recién levantado.

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Ilustración: Sara Herranz

Y por las noches, con el sabor de la miga de pan sobre tu labio; con tu aroma respirado atascado en mi garganta; y con los detalles que te haya robado en el proceso, cogeré tus manos y haré con ellas y con tus hábitos lo que supongo tú harías.

Llegado el caso, si te sientes incómodo, puedes acusarme de apropiación indebida. 

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Instrucciones para dar un abrazo

Notarás que quieres dar un abrazo cuando oigas que el corazón te hace pum pum, o notes un efecto Peta Zeta en el pecho; o simplemente brote de ti una onomatopeya en voz bajita.

Lo primero que tienes que hacer cuando eso ocurra es mirar a los ojos a la otra persona mientras te acercas. Probablemente notes que sus pupilas se dilatan y que la forma de sus ojos cambia conforme vaya ensanchándose su sonrisa.

En segundo lugar, cuando ya os hayáis entrelazado, cerciórate que su corazón está junto al tuyo y que las vibraciones de los latidos resuenan la una en la otra. Esto es muy importante porque, si prestas atención, podrás notar en tu pecho cómo el corazón del otro bombea sangre; cómo se alegra al verte; o cómo se calma cuando estás cerca…

Tercero: entretente acariciando a la otra persona. Pasa los dedos por su pelo, por su nuca… Puedes acariciarlo con los labios o con la punta de la nariz, mientras te llevas parte de su olor. También puedes variar la fuerza con la que lo abrazas o decirle algo bajito al oído.

Cuarto: Deja que vuestra respiración se convierta en una, que la vida entre al mismo tiempo en vuestros pulmones.

Quinto: No tengas prisa por terminar, no siempre se tiene un corazón bombeando tan cerca y no siempre sabes cuándo será la última vez.

Sexto: A estas alturas hará tiempo que has cerrado los ojos. Tienes que plantearte abrirlos y darle un beso.

Ilustración: Sara Herranz. @Sara_Herranz

Ilustración: @Sara_Herranz

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