Esta mañana, nada más despertarme, he pensado en los cíclopes de Kavafis y se ha producido un silencio que, supongo, será el silencio que te embarga cuando te quedas huérfano de una pesadilla. Sólo se oían coches en la calle, no había nada dentro de la cabeza. Ha sido extraño. Ha sido fabuloso.
He puesto los pies en el suelo y he notado el frío. Me he desperezado, me he rascado la cintura y he soltado amarras. Me ha embargado una ligera emoción cuando las velas se han desplegado y las naves han salido a un Ponto en calma, con viento favorable.
Hoy, después de mucho tiempo atracados, retomamos nuestro camino a Ítaca. Deseo que el viaje sea largo y que sean muchas las mañanas estivales en las que, con gran alegría, entre en puertos por primera vez. Prometo detenerme en los mercados fenicios a comprar madreperlas y nácares, aprender de los sabios, y mantener mi pensamiento y alma lo suficientemente altos.
Prometo comerte a besos cada mañana.