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Encarando las mañanas estivales

Esta mañana, nada más despertarme, he pensado en los cíclopes de Kavafis y se ha producido un silencio que, supongo, será el silencio que te embarga cuando te quedas huérfano de una pesadilla. Sólo se oían coches en la calle, no había nada dentro de la cabeza. Ha sido extraño. Ha sido fabuloso.

He puesto los pies en el suelo y he notado el frío. Me he desperezado, me he rascado la cintura y he soltado amarras. Me ha embargado una ligera emoción cuando las velas se han desplegado y las naves han salido a un Ponto en calma, con viento favorable.

Hoy, después de mucho tiempo atracados, retomamos nuestro camino a Ítaca. Deseo que el viaje sea largo y que sean muchas las mañanas estivales en las que, con gran alegría, entre en puertos por primera vez. Prometo detenerme en los mercados fenicios a comprar madreperlas y nácares, aprender de los sabios, y mantener mi pensamiento y alma lo suficientemente altos.

Prometo comerte a besos cada mañana.

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Niña con globos superando el muro de Gaza. Banksy.

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Lo que escondía la niña de cada mañana

Estaba buscando una razón para reanudar el blog y aquí está.

Cuando cumples una rutina cada día empiezas a formar parte, sin saberlo, de la rutina de otros; igual que esos otros comienzan a formar parte, sin saberlo, de tu vida. Casi todas las mañanas, de camino al trabajo, me cruzo con una mujer y una niña con síndrome de Down. Me había dado cuenta que, últimamente, la niña no paraba de hablar hasta que me veía. En ese momento callaba y me observaba fijamente hasta que nos cruzábamos. Casi siempre a la misma altura. Siempre en la misma acera. Llevamos cruzándonos desde que comenzó el cole y desde hace un tiempo, yo siempre le sonreía. Ella no. Ella, la niña, abría la boquita, con los labios húmedos y pelados, y observaba.

Esta mañana, cuando me ha visto, le ha dicho algo a la mujer. Ésta ha sonreído y ha dicho en voz alta: “Bueno, ¿no se lo vas a decir a ella?”. Nos hemos parado y le he dicho:

-Pero ¡qué guapa estás hoy!

-…

-Venga, díselo… -dice la mujer. Dile lo que me dices siempre.

-Me gusta tu pintalabios rojo.

-Ahm… ¡Muchas gracias! A mí me gusta mucho tu mochila.

-Es de Peppa Pig… ¿Por qué hoy no los llevas pintados? ¿Se te ha perdido?

-No… hoy no me ha dado tiempo…

-¿Y mañana te va a dar?

-Sí, claro.

-¿Y después de mañana?

-También…

-Cuando sea mayor me los voy a pintar como tú. ¿Cuántos años tienes?

-32. ¿Y tú?

-Ocho. ¿Cuántos me faltan?

-Muy poquitos ya…

-¿Cómo te llamas?

-Camino. ¿Y tú?

-¡Hala, qué nombre tan raro! –dice entre flipada y tímida.

-Sí, un poco… ¿Tú cómo te llamas?

-…

-Venga, ¡díselo! –dice la mujer, que supongo que será su madre.

-¿No me lo dices?

-No…

-Bueno, hacemos un trato. Yo mañana traigo los labios rojos y tú me dices cómo te llamas.

-¡Vale!

Espero verla mañana. Éste es, sin duda, el regalo que octubre me tenía reservado este año.

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