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Visita a La Laforet, a Andrea y al carrer d´Aribau

5289_I_H_Laforet, Carmen.cult Faltan tan sólo unas horas para que vuelva a pasear por Barcelona. Siempre que voy  pienso inevitablemente en Andrea, la protagonista que tan magistralmente tejió Carmen Laforet cuando en este país tenías que volar a ras del suelo con la esperanza de encontrar cielos más estrellados, cuando tenía que hablarse en voz bajita para que no te oyeran, pero sí te escucharan quienes estaban deseando escuchar esas voces que hablaban de esperanza.

Suelo pasear por el carrer d´Aribau, habitualmente en la moto de Carol, pensando que, quizás, tras alguno de esos edificios todavía resuenen los ecos del frustrado tío Juan maltratando a Gloria, su mujer; o los de Román, enfermo manipulador, fumando asquerosamente mientras hace de la seducción una tabla de salvación. Intento poner cara a Pons, a Gerardo y a Jaime…; a Ena, a la abuelita y a la represión de tía Angustias (que hace que piense en otra Angustias, la hija mayor de Bernarda Alba. Ambas Angustias tan desgraciadas… la primera por desagradable y la segunda por desafortunada).

Carmen Laforet escribió Nada en 1944. Todavía resonaban en las horas de sueño de muchos lectores los bombardeos, tan sólo hacía ocho años que Lorca había comenzado a yacer perdido en un olivar. La miseria se iba extendiendo por la piel, la mente y el estómago de muchísimas familias, como la de Andrea. Personajes de personas andantes, con sentimientos completamente desmembrados e ilusiones erradicadas, cuya supervivencia se tambaleaba fuera de las páginas de los libros.

Cada vez que viajo a Barcelona visito, inevitablemente, a La Laforet, la autora de ese libro que comencé dos veces para dejarlo apartado hasta que un tercer intento me hizo comprender que hasta ese momento no había estado preparada para perderme entre sus páginas. A La Laforet… esa mujer de media melena y raya al lado, devota de Santa Teresa de Jesús, que fumaba pizpireta en esa famosa foto, sacando la lengua con la mirada.

Mañana viajo a Barcelona, pasaré allí el fin de semana. Como de costumbre, aprovecharé para recorrer el carrer d´Aribau y «visitar» a Carmen y Andrea, aunque esta vez lo haré paseando, porque Carol, en esta ocasión, no traerá la moto.

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El desarraigo: como almas en una cuneta

julio llamazares

Entrevista a Julio Llamazares. Babelia, 14 febrero de 2015.

El desarraigo es uno de los temas sobre los que me sobrecoge leer. Localizo perfectamente dónde se sitúa la afección: en el segmento que tiene como punto inicial la boca del estómago y como punto final la garganta y que comprende el pecho. A veces, dependiendo de la intensidad, hay algunas ramificaciones.

Nunca he entendido a qué se debe esta afección, afección en su acepción de apego y de sentimiento pero también de enfermedad. No me siento una persona desarraigada, así como normalmente tampoco me siento una persona especialmente consciente de su identidad (entiéndase aquí “identidad” como consciencia de pertenencia a una tierra, ya que el concepto de “identidad” y sus vertientes e interpretaciones será quizás uno de los más ricos sobre los que podríamos estar debatiendo infinitamente).

Sin embargo, me conmueve y me hace tomar consciencia el hecho de escuchar a alguien hablar sobre el desarraigo, quizás por estar escuchando hablar, en primera persona, sobre lo que considero es una de las formas de violencia más feroces. Me cuesta no imaginar a esas personas arrancadas y alejadas a la fuerza del lugar en el que se han criado para ser colocadas en otro al que no pertenecen, en un lugar en el que solo son seres humanos que viven como autómatas. Desprovistas de raíces, al igual que esos esquejes que metes en un vaso de agua a la espera de poder plantarlos y que agarren. Sobreviviendo, pero sin echar flor.

A menudo, ¡qué inconsciente!, pienso que no me une ningún vínculo especial al lugar en el que he crecido más allá de que allí se encuentra mi familia. Es más, digo en voz alta que haber nacido allí solo es un accidente humano-geográfico, que diría una amiga. Lo digo a pesar de que ver esos campos de girasoles me recuerde que estoy en casa, a pesar de que me guste descalzarme cuando nadie me ve y caminar porque sé que estoy pisando mi tierra, rojiza, y tener sentimientos y sensaciones difícilmente explicables.

Hoy, tras leer por segunda vez esta entrevista en Babelia a Julio Llamazares, escritor del que ya he hablado en alguna ocasión y por el que siento una debilidad absoluta, he vuelto a verme afectada por esa opresión en ese segmento al que me he referido al principio. Pocos autores hablan en primera persona, como él lo hace, del desarraigo. Leyéndolo, me he visto de repente sumergida, como un pueblo por el agua de un pantano, en una afección angustiosa: la de tomar conciencia de lo que supone que nos arranquen de nuestros orígenes, que nos desuellen la identidad y dejen huérfano nuestro sentimiento de pertenencia. De vivir, en definitiva, como almas en una cuneta.

Llamazares, ese escritor que escribe para consolarse, según supone, y a quien el desarraigo lo ha llevado a convertirse en un extranjero en su país, estrena libro: Distintas formas de mirar el agua (Editorial Alfaguara). Una novela de desarraigos y consuelos que estoy deseando tener entre mis manos y con la que es probable me sienta afortunada por poder volver a ese lugar al que pertenezco, habite donde habite, y al que estoy fuertemente arraigada y enraizada aunque a veces, por inconsciente, sienta lo contrario.

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La historia de amor de un señor desconocido

Hace unos días iba en el autobús leyendo, como siempre. Sentada en el asiento de siempre, en contra del sentido de la marcha. Debí de hacer algún ademán que puso la cubierta del libro lo suficientemente al descubierto para que la viera un señor.

-Estás leyendo uno de los libros favoritos de mi mujer -me dijo.

-¿Sí? Pues dígale a su mujer que me está encantando. Es muy bueno.

-Bueno -dijo soltando a continuación un nudo atascado en la garganta, un mazacote de aliento a medio camino entre el suspiro y risa de resignación- Falleció ya…

-Lo siento…

-No pasa nada -continuó con una sonrisa triste y levantando el labio inferior como queriendo abrigar al superior- tenía alzheimer. ¡Quién le iba a decir, con lo que le gustaba leer, que al final no iba a recordar ninguno de sus libros y que ni siquiera iba a poder coger uno!

-Ya… Debe ser muy triste para la familia.

-Sí, fue muy triste pero llegó un momento en el que, cada vez que le decía «te quiero«, era como si se lo dijera por primera vez. Y poco antes de eso, cuando ella me lo decía, era como si me lo dijera por primera vez también. Y no todo el mundo puede decir que le han dicho «te quiero» por primera vez más que la vez primera.

Sonrió de nuevo triste.

Después me estuvo, y se estuvo, contando que ya no ha vuelto nunca más a fijarse en ninguna mujer, «como si hubieran desaparecido», que se dieron en vida todo el amor que necesitaban «a pesar de no haber sido un amor de estos que te vuelven loco, porque nosotros nunca nos volvimos locos. Lo nuestro fue un amor sosegado, de los que se hacen un día, y otro, y otro… De los de disfrutar el desayuno, leer juntos, pasear…».

Durante el ratito que duró su trayecto compartió conmigo su teoría y su historia de amor, sobreponiendo en todo momento el amor de «crecer juntos» al amor de «caminar dos palmos por encima del suelo».

A veces la vida te pone estas cosas en el camino. Muchas gracias, señor desconocido.

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Gmork, ¡yo soy Atreyu!

Si comento esta foto, os hago un spoiler como una catedral.

Si comento esta foto, os hago un spoiler como una catedral.

Hace unos días vi una de mis pelis favoritas, La historia interminable. Aunque la magnitud del libro es tal que jamás se podría replicar en una película, sí es cierto que consigue transmitir los mensajes y enseñanzas más importantes del legado de Michael Ende. Hacía muchísimos años que no la veía y, si cada vez que la he visto he sacado una lección nueva, en esta ocasión no he podido evitar tener presente durante los 102 minutos que dura la crisis y sus consecuencias. Como supongo que todo el mundo conoce el argumento y ha visto la peli, voy a pasar directamente a dibujar mi particular reparto (más que súper reducido) mostrando extractos de los diálogos y que cada uno saque sus conclusiones de quién es quién y quién querría ser:

Morla: «Somos viejas, pequeño, demasiado viejas, y hemos vivido bastante (…) Todo se repite eternamente: el día y la noche, el verano y el invierno… El mundo está vacío y no tiene sentido. Todo se mueve en círculos. Lo que aparece debe desaparecer y lo que nace debe morir. Todo pasa: el bien y el mal, la estupidez y la sabiduría, la belleza y la fealdad. Todo está vacío. Nada es verdad, nada es importante».

Artax: Es el caballo de Atreyu, las arenas movedizas del Pantano de la Tristeza se lo tragan: «Vamos, Artax, ¿qué te pasa? ¡Vamos! Ya lo sé, es muy pesado este terreno para ti y te cuesta. Artax, estás hundiendo. ¡Es la tristeza! Tenemos que salir. ¡Tienes que luchar contra la Tristeza!»

Gmork: «Las personas que no tienen ninguna esperanza son fáciles de dominar. Y quien tiene el dominio tiene el poder (…)  Soy el servidor, el poder que surge tras La Nada. Me encargaron eliminar al único que podría haberla detenido, pero le perdí la pista en el Pantano de la Tristeza. Se llamaba Atreyu».

La Nada: «El vacío que queda. Como una ciega desesperación que destruye este mundo».

Fújur: El dragón de la Suerte. Su cuerpo está formado de escamas color madreperla y no necesita alas para volar. Acompaña a Atreyu y a Bastian a lo largo de su viaje por Fantasía.

Fantasía: «Es el mundo de la fantasía humana. Cada parte de su Reino, cada criatura suya no es más que un trozo de los sueños y esperanzas de la humanidad», dice Gmork.

Atreyu: «¡Ven por mí Gmork, yo soy Atreyu!»

 

Nota: De la Emperatriz Infantil no hablamos por ser un personaje súper pasivo y tener afán de protagonismo.

 

Sin Fin.

 

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