Archivos Mensuales: noviembre 2014

Diálogos I

-Te veo igual que siempre, más guapa, incluso, pero has perdido la alegría.

-¿Tú crees? Es posible…

-Sí, lo creo. Antes estabas más viva.

-Ah, ¿te referías a eso? Yo me refería a lo de que estaba más guapa. -Contestó haciendo un guiño, sabiendo que acababa de echar una palada de tierra al comentario.

-No, me he dado cuenta al recordar nuestras fotos de Berlín. Sales en todas haciendo el payaso.

Recordó con nostalgia.

-Me gusta saber que he madurado. -Sonrió echando la palada definitiva.

Etiquetado ,

Hoy, Día Universal del Niño

Hace unos meses, un par con alguna semana, alguien me invitó a recordar capítulos de mi niñez. Cerré los ojos y pasaron por mi mente decenas de vivencias de mi infancia en las que no había vuelto a pensar nunca más.

De repente, me recordé preguntándole una mañana a mi madre de dónde venía. Me respondió: «Del médico». Yo me asusté pero no había motivo. Estaba a punto de nacer mi hermano. No llegaba a los tres años y creo que es el primer recuerdo que tengo.

Me recordé meses después, en una salita, viendo cómo a mi madre se le escapaba un chorro de leche del pecho, algo que me pareció magia y que, a día de hoy, sigue pareciéndomelo.

También pasaron por mi mente esas tardes de primavera en las que me iba a merendar al campo, cuando todavía los niños vagaban solos, incluso en los pueblos. Recuerdo tumbarme a hurtadillas en los cebadales altos y verdes, mirar al cielo y verlo completamente azul, mientras estaba ahí, escondida y protegida por un fuerte de espigas.

Recordé uno de mis episodios favoritos: una tarde de verano me metí con mis amigos por las alcantarillas que había a un lado de la plaza del pueblo. Estaban convencidísimos de que podríamos salir al otro lado. Yo tenía mis dudas. Aun así, me apunté a la excursión, las recorrimos, y al llegar a nuestro destino nos encontramos con que el ayuntamiento había puesto una reja. No había salida.

-¿Dónde estamos? -pregunté a alguien que había fuera

-¡Estáis debajo de la estatua de Franco!

Comenzamos a gritar y salimos corriendo con el corazón en un puño, descorriendo lo andado y pensando, en mi caso, que no volvería a ver nunca más a mis padres ni a mi hermano. Era tan pequeña que podía correr por ese minúsculo túnel sin tener que agacharme. Ese día juré no volver a jugar más con chicos (algo que no lo cumplí, porque era con quienes me gustaba jugar). Cuando salí todos olíamos fatal. Por aquella época ya había dejado de disfrazarme de Superman, una de mis aficiones favoritas, y quería comer ratones como Diana, la de V.

Otro recuerdo imborrable de mi infancia son las palabras de mi madre cuando secuestraron a Melodie Nakachian: «Si ves una furgoneta con alguien que no conozcas, corre a casa». Y eso hice en cuanto vi aparecer por la plaza la fugoneta de un señor del pueblo que nunca supo que hubo un día en el que creí que iba a ser mi secuestrador.

Durante el tiempo que estuve pensando en esos años pasaron por mi mente cientos de historias que tenía casi olvidadas y me prometí recordarlas de vez en cuando. Sobre todo ahora, cuando veo mi niñez como algo lejano, como algo que no forma parte de mi vida. Ahora que ya no me atrevo a ponerme una capa de Superman, aunque daría cualquier cosa por volver a hacerlo. Ahora que ya no pongo cucos debajo de la cama para que canten mientras duermo.

Hoy es el Día Universal del Niño, un día para recordar que quienes ya no somos niños tenemos la responsabilidad de hacer que sus infancias sean, por maravillosas, inolvidables.

principito2

Etiquetado , , , ,

Lo que veo desde mi asiento

Era media mañana y, en el Metro, no había demasiada afluencia de gente…

Logro sentarme. Hay un silencio absoluto, ese silencio de respiraciones lentas, de gente sumida en sus propios pensamientos. Tan solo se escucha el ruido del tren y, de vez en cuando, las puertas, que se abren y se cierran.

De repente vibra un móvil. Es el de la chica de enfrente.

-¿Sí? ¿Javier?

Javier le echa la bronca. Ella sube el tono. Le recuerda que lleva tres meses trabajando cada sábado y cada domingo y que todo está en orden. Le pide respeto. Cuando cuelga tiene los ojos empañados de lágrimas. Su nariz se enrojece pero no llega a llorar. Un pestañeo más y se habrían desbordado.

A su lado está un señor con el ceño fruncido, dos arrugas paralelas que terminan en un entrecejo ligeramente poblado. Está tenso. Aprieta las mandíbulas. Se retuerce las manos. Finalmente se deja caer hacia atrás, apoyando su cabeza en el cristal. No llega a los cincuenta años.

Al otro lado, se encuentra una señora. Su pelo es cientos de trencitas de dos colores, rubias y castañas. Tiene el codo derecho en el apoyabrazos y su mano en la cara. Sus ojos miran a la puerta del vagón, la que nunca se abre, esa en la que cuando me apoyo pienso: si se abriera, caería de espaldas a la vía (y me viene a la cabeza Anna Karenina). En algún lugar de esa puerta está su mirada pero su mente está más allá. Más allá de la puerta, más allá de los muros del túnel, más allá de los andenes, más allá de esos habitáculos que dicen existen en el Metro. Allí donde no sabemos qué hay. Tiene una mirada de haber sido desahuciada por la vida y de asunción.

Miro al frente y me veo en el reflejo negro de los cristales. Estoy ojerosa. Mis labios casi no se ven. También percibo mi mirada triste. No me reconozco en esas facciones. Le presto atención al desasosiego que, desde esta mañana, tengo en el pecho. ¿Por qué se pondrá ahí?, pienso. Después de comer, si no llueve, saldré a patinar a ver si pasa, resuelvo.

Interrumpe mi monólogo interior el chico de al lado. Se lleva la mano a la cara. Se tapa la boca. Con las yemas del pulgar y el índice se frota los ojos.

-¡Disculpen que les interrumpa en su feliz día! -grita, paradójicamente, una voz.

Seguidamente, suena, atronadoramente, un acordeón con una bonita canción. Ninguna de las personas que veo desde mi asiento mira de dónde viene la música. Al cabo de unos segundos miro hacia allí. Es un chico y lleva una sonrisa en los labios.

 

 

Etiquetado , , ,

La Razón sucia de Monago

No suelo escribir de Política porque me repugna. Mejor dicho me repugnan quienes la ejercen de forma corrupta. La Política, por definición, no me causa repugnancia. Pero hoy he decidido hacerlo al ver cómo se está gestionando el malfacer político de José Antonio Monago por parte de su entorno, cómplice de sus fechorías. Me refiero a sus compañeros, sus amigos y los medios de comunicación adscritos al Régimen.

Lo de Monago no es un asunto de bragueta, es un asunto de corrupción. Sinceramente, como Ciudadana que cree en Lo Público (lo pongo con mayúscula), me da lo mismo el concepto de su gasto. No me interesan (porque no es de mi interés, no porque en mi interés haya intención de obtener algo) sus asuntos de bragueta. Lo que, como ciudadana, me interesa es su ánimo «latronicioso» a la hora de utilizar dinero que no es suyo para cuestiones personales. Es decir, para mí es lo mismo que utilice dinero público para ver a su amante que para comparle un chándal a alguno de sus hijos. No tengo interés ni intención en meterme en su vida privada en cuanto a sentimentalidad porque, si hay algo que siempre critico de su partido es su ánimo de intromisión constante en legislar y manipular la vida privada, en cuanto a sentimentalidad, de los ciudadanos. No obstante, debe saber que la relación contractual que le une al Pueblo también es un asunto privado. Pero esto vamos a dejarlo aparte.

El motivo de este post es la noticia que publicaba el periódico La Razón ayer, 9 de noviembre, bajo el titular: Olga María, la colombiana «cazadiputados», en el que se dibuja a un Monago víctima de una señora cuyo único interés, según el periódico, es acostarse o relacionarse con diputados del Partido Popular para cazarlos, desplumarlos y ascender en el partido.

La noticia en sí no me ha causado el menor estupor teniendo en cuenta que la publica un periódico de catadura moral dudosa y que, en vez de ejercer el periodismo, realiza un constante ejercicio de corrupción estructural. Sin embargo, no he podido evitar que me deje boquiabierta durante unos segundos.

No voy a ponerme a analizar cuán sucio es que estén intentando criminalizar a Olga María Henao, ex pareja de Monago y vocal del Partido Popular en Santa Cruz de Tenerife, por haber mantenido una relación con este señor y con otros miembros del Partido Popular. No voy a analizar, en ningún caso, que se esté utilizando la vieja estratagema de la víbora que engaña a pobres hombres para que caigan en sus redes y así obtener una serie de beneficios. No lo voy a hacer porque creo que no es necesario, sobran las palabras. Pero sí voy a hacer una puntualización a los cómplices de La Razón: la persona que, desobedeciendo a sus obligaciones y responsabilidades como político, utilizó dinero público para sufragar gastos personales fue el señor Monago.

Por otro lado, creo que esta señora únicamente debe ser juzgada por su labor política, en ningún momento por sus «affaires» sentimentales. Además, entiendo que el señor Monago utilizó de motu proprio los caudales públicos para sus viajes «personales», sin ningún tipo de presión (más allá de la sentimental, que en todo caso sería autoimpuesta).

En definitiva, intentar ensuciar la imagen de una persona y criminalizar su conducta sentimental y sexual (libre, por otro lado, como lo es la de todos) solo muestra dos cosas: en primer lugar, su desesperación para justificar una acción ilegal; y en segundo lugar, lo que es en mi opinión lo más preocupante: el nulo arrepentimiento real del infractor, la nula asunción de su culpa y la nula condena por parte de quienes, desde el partido y desde los medios, están sirviendo de parapeto del señor Monago, quizás en un intento desesperado de mantener sus barbas secas cuando deberían ponerlas a remojar.

 

«Cada uno debe aprender a responder de su propia conducta». Gayo Julio Fedro, 15 aC- 55 dC

Etiquetado , , , ,

Chloe

IMG_20141020_174952

 

Cuando te conocí cabías en una servilleta. Te llevé a casa envuelta en un paño de cocina que todavía conservamos. Sentada, solo ocupabas la esquina de un ladrillo. Eras minúscula pero ya eras enorme.

Nos has dado muchísima alegría, muchísimo amor y te has ido dejándonos la mayor lección de mi vida: no hay que dejarse guiar por el egoísmo cuando tenemos que dejar ir a quienes más queremos. Solo hay que dejar ir. Sin aferrarnos.

Te voy a echar muchísimo de menos, chica guerrera, pero sé que cada verano volveremos a leer juntas.