Señor Rajoy:
Hoy viernes 30 de noviembre, su Gobierno ha hecho público que no pagará el aumento de la inflación a los pensionistas. Es una decisión más de las que ha tomado a lo largo de su primer año de mandato, que no voy a cuestionar porque no le voté, por lo que no me siento engañada. Me sentiría engañada si hubiera depositado mi confianza en su partido, pero no es el caso. Escribo esto, por tanto, porque en una ocasión usted dijo que su partido escucha a los ciudadanos (y pongo el verbo en presente). Por ello, como ciudadana, le voy a contar una historia:
Tengo tres abuelos, dos de ellos llevan juntos más de 50 años y viven con la pensión de jubilación de mi abuelo. Mi otra abuela cobra una pensión de viudedad mínima.
Mi abuela tiene 89 años y se quedó viuda hace veintidós. Ha tenido cinco hijos y los ha criado en unos tiempos en los que nada era fácil. De hecho, mi madre todavía recuerda anécdotas de las reprimendas que se llevaban por comerse a escondidas las rosquillas que hacía mi abuela para las fiestas del pueblo, y que eran las únicas que probaban a lo largo del año. Y mi abuelo cuenta que sus cinco hermanos, sus padres y él se ponían alrededor de un plato con un huevo frito y aceite a mojar pan, ¡y pobre del que se le ocurriera tocar el huevo!
Supongo que no hará falta que cuente las penurias por las que ha pasado esta generación, la de nuestros abuelos que ahora cobran las pensiones. Yo, afortunadamente, no he vivido esa época, he nacido cuando los ciudadanos ya podían elegir quién les gobernaría, cuando muchas mujeres ya tenían una nómina y un título universitario, cuando la sociedad estaba cicatrizándose y sabíamos que al pasar los Pirineos, además de nevadas, como dice la canción, estaba Europa.
Sin embargo, eso no ha evitado que yo siga viendo a mi abuela mezclar leche con agua para que le dure más; o comerse un corrusco de pan duro a pesar de quedarle dos dientes porque le parece mal tirarlo. Si ve que no va a ser capaz de masticarlo, se hace unas sopas con leche. Vive con la pensión de viudedad mínima y, afortunadamente, por ahora no tiene que mantener a ninguno de sus hijos. Es del Partido Popular, probablemente porque todavía tiene miedo a ser de otro, pero el caso es que le ha votado a usted. Es decir, con su pierna arrastra, porque cojea, ha ido al Ayuntamiento a depositar su confianza en un señor que llegaba a su casa a través de la televisión y prometió no tocar las pensiones.
Ahora, sin embargo, cuando va a comprar paga más por la leche con la que se hace sopas de corruscos de pan, también paga por las medicinas y paga sus impuestos y el IBI de su casa, que en mi pueblo, un pueblo minúsculo de La Mancha, se paga más por metro cuadrado que en el Barrio de Salamanca. También flipa cuando mi madre le da unas natillas, que le vuelven loca, pero que ella no compra por no gastar. Ahorra lo poco de su pensión para cuando se muera, ¡ya ve usted!, y para dárselo a sus hijos, que como hijos, no se lo merecen porque ningún hijo se merece lo que hacen sus padres por ellos.
Por eso, ahora que pasa las noches en casa porque en la suya hace frío y le da miedo dormir sola, cuando la veo aparecer con su hatillo a las 19.30 h por la puerta del salón sin querer molestar, y tras darnos dos besos se va a dormir, la observo alejarse renqueando y veo a una persona que, como todos nuestros abuelos, se ha dejado su vida para sacar adelante un país y una sociedad que, desagradecida, al final de sus días, le roba hasta la comida que se lleva a la boca. Y la pena es que ellos, mis abuelos, nuestros abuelos, como dijo usted hace unos meses, «ya no va a tener otra oportunidad».
Fin de la historia.