Anoche casi entro en éxtasis tras leer un extracto de una carta de Federico García Lorca a Anna Maria Dalí*. En ella recordaba su estancia en Cadaqués y “el canto tartamudo de las canoas de gasolina”. Tras leer este extracto paré en seco la lectura. Di marcha atrás y lo leí despacio, hasta la respiración estaba atenta: “el-canto-tartamudo-de-las-canoas-de-gasolina”. Casi podía imaginar su sonido, su cadencia. Casi podía ver, solo con eso, esas canoas de gasolina de 1925.
En ese momento, cogí el móvil y grabé un mensaje de voz a un amigo. En él intentaba transmitirle las emociones que me despierta la Literatura partiendo de la experiencia de leer las cartas de Lorca. Reflexionaba sobre cómo me sentía y terminaba preguntándole cómo es posible que se pueda vivir sin Literatura, para recordar, más tarde, las palabras de mi profesor de Semiótica sobre «la experiencia», no desde el empirismo, sino desde la sentimentalidad.
¿Qué es lo que me emociona de ella?, me pregunté cuando ya hube acabado el mensaje. ¿Qué hace que sea algo imprescindible en mi vida? Pensé si serían las tramas, pero no… no son las tramas. No son los argumentos, que siempre dejo en un segundo plano. No es tampoco, aunque es muy importante, su capacidad de abstracción. Lo que me emociona realmente de la Literatura es diseccionar las expresiones, la brillantez de las composiciones gramaticales… Absorber las metáforas y disfrutar de las imágenes que forman en mi cabeza, y pensar qué habrá dentro de la cabeza de quien lo ha escrito para que se le haya ocurrido algo así. Quedarme con el aliento contenido y rebobinar ojos, mente y corazón para releer la última línea o el último párrafo mientras me conmueven esas palabras o esas figuras, no tanto por lo que la acción implique en el discurso de la historia, sino por ellas mismas: por su forma de cruzarse, de organizarse; por la elección correcta de ese verbo que tiene un matiz impecable; por lo que dicen y lo que quieren decir… Es lo que hace que, además de elegir autores, en ocasiones también elija el traductor.
Mientras escribo esto recuerdo ese precioso verso de Julio Llamazares que tan bien resume esta experiencia, similar a diseccionar en sabores un delicioso bocado, llevándolo a lo largo, ancho y profundo de tu boca: “Todo es lento, como el pasar de un buey sobre la nieve”.
*Querido Salvador, Querido Lorquito: Epistolario 1925-1936. Barcelona. Ediciones Elba S.L. 2013. 268 p.