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Réquiem por La Puerta 10

Mis vecinos se han separado. ¿Recordáis a los protagonistas de La Puerta 10? Ya no están juntos. Lo supe hace quince días cuando volví de pasar tres semanas en casa de mis padres. Ya no olía a porro en el rellano (en las últimas semanas alguno de ellos se había encomendado a la marihuana) y ahora la única puerta que no tenía felpudo era la suya. Me lo habían regalado.

Miré el felpudo a los pies de mi portal y miré el suelo desnudo a los pies del suyo intermitentemente. Por un momento pensé qué les habría llevado a dejarme ese regalo. ¿Querrían que me limpiara los pies antes de entrar en casa y dejar fuera los demonios que ellos no pudieron evitar que se colaran en la suya? Podría ser una buena metáfora. De ser así sería un regalo magnífico.

Cuando me fui a pasar esos días a casa de mis padres la vida al otro lado de la pared de mi dormitorio estaba en paliativos. Casi no oía sus conversaciones, tampoco sus discusiones. En cuanto a las reconciliaciones, hacía tiempo que ya no traspasaban el tabique. Intuyo que habían llegado a una tregua: nada de portazos, nada de insultos, nada de nada. Tan solo un: «Vas muy guapa» que robé a su intimidad, a través de la mirilla, un día mientras esperaban el ascensor.

Anoche, cuando fui a abrir el buzón, vi que en el de ellos ya no estaba su nombre. Estaba abierto. Levanté la tapa y ahí yacían todas las cartas, esas que todavía seguirán llegando hasta que formalicen su ruptura sentimental con la compañía telefónica, con el banco… Cuando dejé caer la tapa tuve una sensación similar a la que, supongo, debe tenerse al enterrar a alguien tras mucho sufrimiento, algo parecido a un: ya han descansado.

Espero que os vaya bien y seáis más felices separados que juntos.

PD. Mientras escribía este post anoche, al otro lado del tabique, en la puerta 12, estaban tocando una canción preciosa. Mi otro vecino cantaba de fondo.

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La primavera

Luce un leve brote de acné en las mejillas, casi imperceptible. Probablemente para ella sea un mundo y por eso trate de cubrirlo con una fina capa de maquillaje. En su mandíbula derecha conserva un recuerdo de la varicela, una cicatriz redonda algo más pequeña que una lenteja, como un grano de quinoa ya cocido. Con ella ahí, tan graciosa, el resto de imperfecciones de su cutis adolescente pasan inadvertidas.

El pelo, castaño con ráfagas de rubio, le cae hasta más allá de la mitad de la espalda. Asalvajado, le recorre el torso, tapando con dos mechones sus dos pechos, y todavía le queda un tercer mechón que tapa casi toda su espalda.

Los ojos le brillan gracias a una sombra irisada de color perla y, aunque son pequeños e insulsos, adquieren profundidad con un khol verde agua. Cejas sin depilar y no demasiado abundantes; pelusilla rubia en el bigote y unos muslos firmes que se dejan asomar entre la goma de los calcetines verdes, que le acaricia las rodillas, y el bajo de las tablas que componen su falda de cuadros, cuya escasez de largura sobrepasa el umbral para quien mira de «solo es una falda».

Las pulseras de plástico mezcladas con las de tela y un reloj le bullen a lo largo de las muñecas, que quedan al aire porque lleva el jersey del uniforme remangado. Y, mientras con una mano sostiene un libro de texto con el epígrafe ¿Qué es la Literatura?, con la otra lame, con más atención que la que le presta al texto, un chupa-chups de cereza del que me llega el olor; quizás grabando en su cerebro su sabor y su textura y, sin quizás, sabiéndose observada por unos cuantos.

Son las 18:02 h. del 20 de marzo de 2014. Ambas vamos en el mismo vagón de la L5 del Metro. Hace un calor sofocante y, acabo de darme cuenta de que, mientras yo, como una de los observadores, la miraba de reojo y anotaba su descripción en mi móvil, a las 17:57 h. ha entrado la primavera.

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Tornaràs a tremolar

Sé que ahora no ves más allá de la punta de tu nariz porque dejas el espacio justo para que se te caigan las lágrimas, lo supe el otro día cuando me hablabas a solas por teléfono. Pero lo dice Mishima: volverás.

Volverás a llevar tu mirada hacia el horizonte, donde se junten el cielo y la tierra y abarcarás con tu vista los pájaros y los árboles que se crucen ante tus ojos. Volverás a desanudar tu garganta para que te salgan palabras claras, sin romper ni entrecortar; y risas, muchas risas. Volverás a abrir tu pecho sin miedo, aunque ahora no quieras, pero volverá a abrirse como vuelven a abrirse las flores cada primavera.

Volverás a despertarte con el desayuno como primer pensamiento. Volverás a pasar por los sitios que ahora forman parte de tu película y con ellos harás una película distinta, de esas que se ven una vez y otra y otra con palomitas y manta.

Volverás a acostarte en una habitación con el aire viciado y compartido; con restos de sudor en las sábanas y recuerdos todavía líquidos en tu piel.

Volverás a decir que te sientes feliz, que “por fin…”, que “por fin…”.

Volverás. Estoy segura.  (Y, mientras tanto, aquí estoy para ser tu brújula,como tú has sido la mía).

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