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Una mañana cualquiera de la vida misma

7.40 horas. He subido al metro y, en la parada siguiente, ha subido una señora de aproximadamente 1.65 metros. Lucía unas mechas rubias de tonalidad Partido Popular, media melena y pelo liso. Vestía una camisa de Ralph Lauren de rayitas rosas y unos vaqueros básicos de corte ligeramente acampanado. Asomaban unas botas o botines de piel marrón. Todo el look estaba aderezado con un chaleco azul marino acolchado. Tendría unos cuarenta y pocos.

Ha entrado y ha virado a la izquierda para sentarse en ese lado. Conforme ha apoyado las posaderas en el sitio, ha debido darse cuenta de su decisión inconsciente y se ha levantado dispuesta a venir a los asientos del centro, que es desde donde yo la observaba.

La suerte ha tenido a bien o a mal que, cuando pasaba a la altura de las puertas, un chico la haya interceptado. Medía aproximadamente 1.75 metros. Lucía pelo rubio oscuro, sin brillo, liso y con una coleta que le llegaba hasta la cintura. Su cara estaba semi oculta por una no-demasiado-poblada barba. Llevaba camiseta de manga larga verde y pantalones de un color indescriptible, a medio camino entre el verde militar, el marrón y el gris. Unas botas que no puedo describir por falta de conocimiento estilístico y una mochila le acompañaban. Tendría unos treinta y estoy segura de que se ha comido más de una asamblea del 15M.

Ha pasado por delante de la señora como una exhalación. Tan rápido iba que se ha chocado contra las puertas del metro. La señora, hábil de reflejos, ha parado en seco y, una vez las puertas del vagón habían parado el ímpetu del muchacho, ha dado tres pasos más y se ha sentado frente a mí.

A sabiendas de que observaba la situación, ha buscado en mí (que hoy luzco unas perlas buenas, de Majorica, y entiendo que por ahí ha llegado su conexión) una cómplice y, haciéndome un gesto despectivo hacia el chico, ha rumiando unas palabras que casi no he entendido y que mostraban su enfado por la situación, más algo de hartazgo y un poco de fastidio por tener que compartir vagón con semejante individuo (pongo “semejante individuo” en cursiva porque entiendo que es como en su interior se refería a él). Poco he podido hacer más que decir:

-Sí, muy mala educación. Pero ya sabemos lo que fastidia perder el metro. Así que vamos a perdonarle… –he concluido queriendo imprimir un tono de “venga, anda, no te pongas así que puede pasarnos a cualquiera” pero consiguiendo ese tono con el que la Iglesia dice que hay que tratar a los pecadores.

Ella ha asentido a mi contestación con cara de póquer porque entiendo que mi respuesta no contestaba a su comentario en absoluto. Mientras, el chico, al otro lado, se quitaba el sudor de la frente y recomponía su camiseta.

En ese momento me he visto desde fuera y me he partido de risa interiormente.

Así comienza el día de una ciudadana de Madrid.

¡Buenos días!

 

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La pensión de mis abuelos

Señor Rajoy:

Hoy viernes 30 de noviembre, su Gobierno ha hecho público que no pagará el aumento de la inflación a los pensionistas. Es una decisión más de las que ha tomado a lo largo de su primer año de mandato, que no voy a cuestionar porque no le voté, por lo que no me siento engañada. Me sentiría engañada si hubiera depositado mi confianza en su partido, pero no es el caso. Escribo esto, por tanto, porque en una ocasión usted dijo que su partido escucha a los ciudadanos (y pongo el verbo en presente). Por ello, como ciudadana, le voy a contar una historia:

Tengo tres abuelos, dos de ellos llevan juntos más de 50 años y viven con la pensión de jubilación de mi abuelo. Mi otra abuela cobra una pensión de viudedad mínima.

Mi abuela tiene 89 años y se quedó viuda hace veintidós. Ha tenido cinco hijos y los ha criado en unos tiempos en los que nada era fácil. De hecho, mi madre todavía recuerda anécdotas de las reprimendas que se llevaban por comerse a escondidas las rosquillas que hacía mi abuela para las fiestas del pueblo, y que eran las únicas que probaban a lo largo del año. Y mi abuelo cuenta que sus cinco hermanos, sus padres y él se ponían alrededor de un plato con un huevo frito y aceite a mojar pan, ¡y pobre del que se le ocurriera tocar el huevo!

Supongo que no hará falta que cuente las penurias por las que ha pasado esta generación, la de nuestros abuelos que ahora cobran las pensiones. Yo, afortunadamente, no he vivido esa época, he nacido cuando los ciudadanos ya podían elegir quién les gobernaría, cuando muchas mujeres ya tenían una nómina y un título universitario, cuando la sociedad estaba cicatrizándose y sabíamos que al pasar los Pirineos, además de nevadas, como dice la canción, estaba Europa.

Sin embargo, eso no ha evitado que yo siga viendo a mi abuela mezclar leche con agua para que le dure más; o comerse un corrusco de pan duro a pesar de quedarle dos dientes porque le parece mal tirarlo. Si ve que no va a ser capaz de masticarlo, se hace unas sopas con leche. Vive con la pensión de viudedad mínima y, afortunadamente, por ahora no tiene que mantener a ninguno de sus hijos. Es del Partido Popular, probablemente porque todavía tiene miedo a ser de otro, pero el caso es que le ha votado a usted. Es decir, con su pierna arrastra, porque cojea, ha ido al Ayuntamiento a depositar su confianza en un señor que llegaba a su casa a través de la televisión y prometió no tocar las pensiones.

Ahora, sin embargo, cuando va a comprar paga más por la leche con la que se hace sopas de corruscos de pan, también paga por las medicinas y paga sus impuestos y el IBI de su casa, que en mi pueblo, un pueblo minúsculo de La Mancha, se paga más por metro cuadrado que en el Barrio de Salamanca. También flipa cuando mi madre le da unas natillas, que le vuelven loca, pero que ella no compra por no gastar. Ahorra lo poco de su pensión para cuando se muera, ¡ya ve usted!, y para dárselo a sus hijos, que como hijos, no se lo merecen porque ningún hijo se merece lo que hacen sus padres por ellos.

Por eso, ahora que pasa las noches en casa porque en la suya hace frío y le da miedo dormir sola, cuando la veo aparecer con su hatillo a las 19.30 h por la puerta del salón sin querer molestar, y tras darnos dos besos se va a dormir, la observo alejarse renqueando y veo a una persona que, como todos nuestros abuelos, se ha dejado su vida para sacar adelante un país y una sociedad que, desagradecida, al final de sus días, le roba hasta la comida que se lleva a la boca. Y la pena es que ellos, mis abuelos, nuestros abuelos, como dijo usted hace unos meses, «ya no va a tener otra oportunidad».

Fin de la historia.

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