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Las Ítacas

Todos tenemos un poema que guía nuestra vida, nuestra forma de verla… Éste hay que releerlo de vez en cuando para recordar lo que es la vida: un viaje y una aventura, en ocasiones, homéricos.

 

Ítaca

«Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, de experiencias colmado.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Posidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Posidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que -¡y con qué alegre placer!-
entres en puertos que ves por vez primera.
Detente en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas».

Kostandinos Kavafis (1863-1933). Traducción de Ramón Irigoyen.

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Julio Llamazares, un extranjero en la realidad

Tenía 17 años cuando leí por primera vez una novela suya, justo la mitad que él cuando la escribió. Estaba en el Instituto y la profesora nos dio a elegir entre La lluvia amarilla o Tiempo de silencio. El título de la segunda me pareció tremendamente triste y, gracias a esa elección, y a ese desconocido sacrificio, conocí a Julio Llamazares.

Nunca había oído hablar de él. Su nombre no estaba entre la colección de libros comprados en bloque que había en casa. No estaba junto con Antonio Machado, Lorca o Kafka. Me prestaron el ejemplar y, por primera vez, leí serena. Hasta entonces había leído queriendo llegar pronto al final para comenzar otra historia. Había pasado los renglones sin detenerme en las palabras. Pero con esta novela aprendí lo que era leer despacio, lento, «tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve». 

Por primera vez tomé conciencia y también consciencia de lo que era la soledad y la existencia; y una vez lo hube cerrado, ya podía decir que había llorado leyendo una novela.

Desde entonces, durante quince años, lo he recomendado sin cesar y le he hablado a todo el mundo de ese autor de León, semidesconocido, y de su libro. Por eso el domingo me puse guapa para ir a conocerlo a la Feria del Libro. Estaba nerviosa. Iba a poder hablar con ese escritor, con ese poeta que se siente un extranjero en la realidad y que, movido por ese sentimiento de extranjería, escribe.

Cuando lo tuve delante le conté mi historia con su libro, mantuvimos una conversación durante un rato y, por primera vez, compré para mí, y para nadie más, La lluvia amarilla. Me escuchó atentamente tras sus gafas oscuras. Le hablaba mientras escudriñaba sus canas, sus manos…  y traté de no perder detalle mientras dibujaba su dedicatoria en la primera página del libro, pensando que quizás con esas letras estaban vestidos muchos de sus poemas.

Cuando terminó, le di una nota que llevaba para él y que reproducía la conversación que había tenido un par de horas antes con un amigo al que le regalé este libro hace poco:

«Tengo una cosa para ti. Es algo que ha ocurrido esta mañana cuando le he dicho a un amigo que iba a conocerte. Me gustaría que te quedaras esta nota para que, si alguna vez se te pasa por la cabeza dejar de escribir, no lo hagas, porque ahí está parte de lo que eres capaz de hacer sentir a una persona» -le dije.

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El gesto de humildad que acompañó sus siguientes palabras me hizo recordar un artículo en el que declaraba: «Un escritor no es más que una gota de agua en el río de la literatura por muy importantes que se crean algunos»*. Y con este recuerdo, mi libro dedicado y un beso en cada mejilla, me fui con el eco de sus palabras en este mismo artículo: “Hay mucha gente que escribe, pero hay pocos escritores».

 

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*Artículo al que aludimos: Julio Llamazares: «Las novelas son vidas que no vivimos y que pudimos vivir». El País, 16 de abril de 2013. Leer

 

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Dedicatorias

Esta mañana, mientras buscaba un buen libro de poesía, he encontrado mi favorito con esta dedicatoria:

Mira hacia atrás.

Recuerda. Aún puedes

rozar el pasado con la

punta de los dedos.

El goce de los buenos momentos aún

calienta tu corazón.

¿Y la angustia? La angustia ya no

oprime tu pecho. Es sólo una sombra.

Mira hacia adelante.

El futuro te pertenece.

Días felices te esperan a

la vuelta de la esquina.

Agárralos con fuerza.

Y en los días de tormenta

siempre podrás cobijarte

bajo el olmo.

M. 13/02/07

Está escrito en Poesía 1979-1996, de Luis Alberto de CuencaHe respetado la «métrica» de los renglones, aparece tal y como está escrito en la primera página en blanco del libro. 

poema

Este poema de Luis Alberto de Cuenca está fechado en Navacerrada, en agosto de 1994

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Amores

Ella quería hacer el amor,

él le decía que  hacían el amor cada vez que hablaban.

Ella le respondía que las palabras se las lleva el viento;

él, que lo que se lleva el viento es el polvo.

Vivían amores diferentes.

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Autopsia de amor, con pluma y tintero

Calmando el pulso a susurros cogió la pluma. Se miró al espejo y, temblorosa, abrió con una sola mano su camisa, dejándola caer a lo largo de sus brazos hasta dar en el suelo. Hacía frío, sus pechos se endurecieron.

Sin destreza, pues nunca había sido buena pintando, mojó la pluma en el tintero y comenzó a trazar una línea desde el hueco de las clavículas hacia abajo. Reteniendo la respiración, con un trazo fino, se desvió ligeramente hacia la izquierda, descendiendo en la marca como un meandro que bordeaba su seno.

Cuando hubo terminado, ladeó la cabeza ligeramente hacia la derecha para contemplar su obra. Dejó que la pluma resbalara por el lavabo y, mientras esta hacía un breve viaje de un lado a otro, acercó sus dedos manchados de negro a su pecho, separó la piel que quedaba a ambos lados de la tinta y, abriendo con ellos una brecha, le dijo: “Háblame, que hace tiempo que no te siento”.

shine

“Shine through”, de BoaMistura. Serigrafía 4 tintas. Disponible en Gunter Gallery.

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Quien lo probó, lo sabe

Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, el poeta desterrado de la Villa de Madrid por mujeriego e infiel; el renovador del teatro moderno, el autor de más de 5000 obras escritas y casi otras tantas de inventadas mientras yacía de cama en cama (esto ya me lo invento yo porque quiero pensar que le regalaba poemas a sus amantes), habría cumplido ayer, 25 de noviembre, 451 años.

Hace cuatro siglos el amor ya era esto…

Esto es amor

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste,
humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

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Walt Whitman y la causalidad

A la causalidad vigilante por la que, una mañana de octubre, del último día, aparecen en mi muro justo estos versos de «Hojas de hierba», de  Walt Whitman, pero en portugués.

lembro

«Recuerdo cómo yacimos juntos cierta
diáfana mañana de verano,
cómo apoyaste tu cabeza en mi cadera
y suavemente te volviste hacia mí,
y apartaste la camisa de mi pecho, y
hundiste la lengua hasta mi corazón
desnudo,
y te extendiste hasta tocar mi barba,
y te extendiste hasta abrazar mis pies.

Prontamente crecieron y me rodearon
la paz y el saber que rebasan todas
las disputas de la Tierra…»

(Traducción de León Felipe)

 

 

Original.

«I mind how once we lay, such a transparent summer morning;
How you settled your head athwart my hips, and gently turn’d over upon me,
And parted the shirt from my bosom-bone, and plunged your tongue to my bare-stript heart,
And reach’d till you felt my beard, and reach’d till you held my feet».

Swiftly arose and spread around me the peace and knowledge that pass

all the argument of the earth…»

 

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A tientas…

poema…Te abro los brazos, con la atención con la que se acaricia una pared en mitad de la noche.

Despacio.

Con el temor con el que se abre la puerta de una jaula, queriendo meter la mano sin que se escapen los pájaros.

Conteniendo la respiración.

Como lo haces al poner la última carta en un castillo de naipes.

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