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El lastre del «Evitar que…»

En algunos aspectos de la vida, a las mujeres se nos educa para «Evitar que…», en vez de educar a los hombres a tener unas pautas de comportamiento diferentes.

Mientras que conseguimos que las próximas generaciones no vivan en el miedo sino en la libertad; que no se eduquen y tengan que educar en el «Evitar que…» sino en el «No tener que preocuparse por…» aquí dejamos unas pistas para detectar los comportamientos relacionados con la violencia de género porque el objetivo, en este caso, es no llegar a la cúspide.

 

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Nota Importante:

Aunque en este post hablamos de violencia de género y nos referimos a la que sufren las mujeres, ya que es la más habitual,  la violencia en la pareja se da en ambos sentidos (independientemente del sexo del agresor). La violencia en la pareja o por parte de la ex pareja debe evitarse y denunciarse, independientemente del sexo de la persona que agreda y de la persona que sea agredida.

A todas las personas que luchan por una igualdad de derechos y roles en la pareja, luchan contra la violencia de género y creen en las relaciones basadas en el respeto, gracias por compartir este post.

 

-Te quiero -le dijo.

-¿»Te quiero» del verbo amar?

-No, del verbo para mí

Obviamente, no le quería.

 

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#HistoriasDelMetro: Discusiones parejiles

Él llega al andén. Después entra ella flipando porque el tren del otro andén se escapa. Él está a por uvas. Ella hace ademanes de: “Pero no ves g…. que tenemos que ir al otro andén?”. Él sigue a por uvas. Ella lo mira con ojos de desquiciada, hace gestos para hacerle entrar en razón pero no lo consigue, así que se da media vuelta en plan Pimpinela. Sus destinos se separan.

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Él sigue en su andén, caminando, y me mira sabiendo que los he estado observando. Disimulo (la, la, la). Ella se va en sentido contrario, andando a paso pronto, y sube las escaleras como una carretilla. Segundos después, él se pierde entre la multitud que espera el metro en el andén. Miro frente a mí y espero a que ella baje las escaleras. Ahí está, en el andén de enfrente. Camina con el suficiente cabreo como para que le boten los pechos debajo de una camiseta de algodón de cuello a la caja y se le levanten los rizos. Mira de reojo al otro andén para ver si ve a su chico y, mientras lanza rayos láser por los ojos, se sienta de un bote en un banco, poniendo resolutivamente el bolso sobre sus rodillas y haciendo un gesto de fastidio. En ese momento pienso para mí: “Qué pereza las discusiones parejiles!”. Mientras, suena en mi móvil “Dejad que las niñas se acerquen a mí”, de Hombres G.

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