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Su proceso del olvido

Observaba cada día su proceso del olvido sin prisas, sabiendo que llegaría.

Lo observaba con la misma serenidad con la que se observa una lamparita votiva dejada en una playa de aguas tranquilas, y cuya luz se persigue desde la orilla con los ojos, mientras avanza por la inmensidad del mar.

Hasta que la mirada la pierde de vista.

Hasta que llega al lugar donde habitan los muertos del recuerdo.

Los olvidados.

Festival linternas flotantes. Hawaii. / THEBIGPINEAPPLE

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La mortaja, un mundo fascinante

Uno de los temas más concurridos en cualquier pueblo de La Mancha que se precie, además de uno de mis favoritos, es el tema de la mortaja. Del mismo modo que las mujeres mayores tienen ropa guardada «para por si ocurre», que es normalmente una muda, un camisón, zapatillas, bata, abrigo…, que guardan celosamente por si un día tienen que salir corriendo (o «de revolance») a un hospital, también tienen preparada una  mortaja. En La Mancha hemos convivido con la muerte desde pequeños, bien desde el punto de vista de la monaguilla que acompañaba al cura a los entierros, o bien por los lutos que han guardado nuestras madres, tías y una señora a la que no voy a nombrar pero que estuvo de luto años y años y años. También hemos convivido con ella celebrando cada año el Día de todos los Santos, en el que nuestras madres hacían ramos de flores para sus muertos, además de rutas «turísticas» por el cementerio para ver de paso quién tiene el ramo más caro. Y, por supuesto, comiendo gachas, que se pueden comer cualquier día de lluvia siempre y cuando no se haya muerto alguien, porque en ese caso, el muerto mete el dedo en la sartén. Pero ninguno de estos motivos es tan fascinante como el tema que nos ocupa: la mortaja.

Fotograma de "Volver", en un típico 1 de noviembre, el Día de todos los Santos en el que los forasteros vienen al pueblo a traer flores y a hartarse a comer

Fotograma de «Volver», en un típico 1 de noviembre, el Día de todos los Santos en el que las lápidas se friegan y las mujeres del pueblo entran en competición callada para ver cuál tiene el ramo de flores más lindo y el menos lindo.

La mortaja es un arte, es el arte de irte al otro barrio bien arreglada. Una de mis abuelas la tiene preparada desde hace años en la planta superior de su casa. Es el hábito de las monjas de “noséqué”, unas monjas muy castas que viven en un convento de un pueblo de al lado y con el que ya le ha dicho a mi madre quiere que la entierren. Todavía recuerdo cuando llevé a casa a mi primer novio y mi abuela, muy solícita, quiso enseñarle la suya. Empezó por la planta de abajo, abriendo armarios para mostrarle la cubertería, la vajilla… y cerrar con un: “Como ves, hijo mío, nosotros somos unos pobres, así que si la quieres así bien y si no, que sepas aquí dinero no vas a encontrar”.  Acto seguido subimos al piso de arriba, le enseñó los dormitorios y, por último, una habitación: «Y ésta, la habitación donde está el traje para el… para el viaje», dijo mientras abría lentamente la puerta. Tan sólo había un mueble bar con unos pañitos, un brasero antiguo reluciente, un baúl pequeño con dos velas rojas a ambos lados alumbrando «el traje para el viaje». Mi pobre novio, muy educado, no salió corriendo por amor y, aunque la relación duró casi tres años, esa fue la última vez que subió las escaleras de la casa de mi abuela.

Para mi abuela, que cree en la vida más allá de la muerte, este tema es importante hasta tal punto que nos ha dicho que cuando muera le metamos en la caja un traje para mi abuelo, que falleció hace muchos años en un hospital y, al no llevar mortaja, «estará por ahí desnudo, el pobre», dice.

Sin embargo, la mortaja no es siempre un hábito, en ocasiones es el vestido de bodas, un traje que simula a la Virgen Dolorosa, un traje chaqueta… Mi otra abuela, por ejemplo, que es muy coqueta, quería ir de Dolorosa pero, como a mí no me gusta, ha optado por un vestido de blonda azul marino, además quiere que la maquillen, la peinen y le pongan pendientes. Es más, ya nos ha dado instrucciones concretas sobre dónde hay que velarla, qué virgen hay que poner frente al féretro, cuántas sillas alrededor de la Virgen y, eso sí, que el maquillaje sea discreto.

En fin, que el mundo que hay alrededor de la mortaja es fascinante por definición, y tal y como se vive en lugares como mi pueblo, mucho más. Desde aquí os invito a introduciros en él sin pudor. Podéis empezar diseñando la vuestra… 😉

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